Fotografía de la Biblioteca Municipal de Tulcán. Archivo familiar. |
De
lejana sombra vengo, de la profunda tierra,
del
hueso que cae sobre otro hueso en la calle triste,
de
la boca del aire negro, del amargo trigo vengo,
de
más allá del libro abandonado, de su confundido título,
a
sumergirme en este inmenso océano de pañuelos
que,
con temblor de pluma enamorada, saludan
a
la Flor de los Pupitres,
para
adherir la atormentada entraña de mi silueta bronca
en
estas redondas catedrales de alegría.
Ella,
envidiada Flor de pupitre, sustancia de ángel,
Reina
del capitel inderrotable, del cuaderno que abre sus letras en extenso
abrazo.
Reina
de la retorta y la tribuna,
del
joven corazón que revienta en yemas de primavera.
Ella,
condensación de aroma, alma de orquídea,
sonríe
una mañana de azules golondrinas.
Mis
manos amanecieron este día destilando rosas por los dedos, cantando
cada
inexplicable poro, soñando cada metálico vello;
su
sangre general presentía el desbordado goce de esta noche
que
llueve, interminablemente, racimos de uva,
en
la seca estación del rostro, en su caída.
Mis
manos se centuplican, nacen
manos
en el hombro, de mi costado hundido,
en
el origen de la lágrima, sobre el calcio perseguido.
Me
nacen manos, digo, para aplaudirte amor y vasallaje,
Reina
del aula combatida, vertical en la tormenta.
Cómo
aplaudimos ahora
mis
compañeros y yo, ahora
que
largo traje llevas, de la sastrería del cielo.
Suenan
las uñas como violines.
Mi
examen de mañana te rinde reverencia.
Mi
ojo navega en la corteza marina de tu cabellera
que
es una luna florecida o alargada Biblia.
Me
acerco a la delgada vena de estrofa que titila en tus axilas, mi
palabra
se
detiene en la magnolia que indecisa se abre
en
tus zapatitos de taco alto.
Esta
mañana los pupitres dijeron un arco iris de alegría.
(Yo
andaba escondido en las paredes
para
que nadie vea mi terno nuevo de alegría).
Javierito,
el portero, repasaba
la
amable lección de tu retrato.
En
mi Código encontré una afelpada hoja de ternura.
¿Qué
se hizo la flor de melancolía?
¿Qué
llevas en tu solapa, compañero?
Todos
estaban contentos con su Reina.
No
hay más reina, lo sabemos, que la Reina de esta Casona,
flor
de libro, luz de la tribuna.
Es
más fina que el fino olor de cedro.
Que
nadie combata esta fronda de alegría.
Vida:
quédate a vivir para siempre en esta noche.
Noche:
no te acabes como cirio.
No
mandéis pistolas esta noche.
No
exijáis que muestre el puño y su rayo,
que
oficiando estoy mi ancho tributo a la Flor de los pupitres,
resumen
de agua azul y de agua clara,
de
anhelo y estalactita, de vegetal y piano.
Cuando
supe tu triunfo, Reina, emergí de profunda espina.
La
tristeza emigró del pecho
y,
en vez de estruendosa pena, la alegría
resucitó
enterrado eucalipto en mi cabeza.
La
fiebre cuarteó los monumentales sarcófagos de mis sienes.
Mi
lengua se movió como alga cósmica.
Abracé
mi lápíz
(estaba
solo).
Loca,
locamente abracé mis piernas.
Corrí
a la calle cantando y extendí los brazos al invierno que llovía.
Quise
incendiar la calle.
Se
apagó mi cana prematura.
Cuando
supe tu triunfo, Reina, un poste y yo lloramos de alegría.
Ahora
naufrago en la música inasible
que
en el teatro pronuncia tu nombre límpido
como
palabra dicha en claro huerto de manzanas.
No
sé si morirme
ahora
que contemplo tu ojo de minerales puros,
de
mineral de intocada y lejana estrella,
tus
ojos, violeta de un jardín subterráneo de Babilonia,
en
tanto espero que decretes la nueva Constitución de cristal y piano.
Tú
dirás, Reina, la de seno
con
sabor de lechuga, la de inevitables redes
que
pescan el corazón,
lo
que hemos de hacer en los amargos días de 1953
Tú,
de la familia del canelo, guante
de
virgen, de la suave estirpe de la azucena,
tú
dirás, digo, lo que hacemos después de esta alegría.
Estarás
con nosotros, perfume y hoja de afecto,
propietaria
del escritorio de la Rectoría,
de
la imprenta en que nacen las temibles alas de “Surcos”,
propietaria
de nuestra sangre ilímite.
Estarás
con nosotros, lo sabemos, en el pétalo y en el naufragio.
Tus
leyes harán que mi amor dé nuevos frutos.
Me
darás buena suerte en los exámenes, evitarás la muerte del lápiz,
la muerte
de
nuestra bandera, de nuestros cuadernos;
la
muerte.
Poema ganador del Primer Premio en el Concurso de Poesía convocado por la Universidad Central del Ecuador, Quito – 1953
Wilson Burbano fue poeta, jurista, político, periodista. Fundador y primer presidente del grupo literario “Caminos”, anterior a los “Tzántzicos”. Columnista del desaparecido diario “El Sol” junto a Benjamín Carrión y Alfredo Pareja Diezcanseco. Como abogado, en sus inicios, fue asesor jurídico del movimiento indígena ecuatoriano, ideólogo del poderoso movimiento obrero y campesino en Esmeraldas a partir de los años 60, siendo sus aportes jurídicos tema de estudio en universidades nacionales y extranjeras.
El presente poema forma parte del libro ANTOLOGÍA POÉTICA de Wilson Burbano, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” en el 2020 y compuesto por cinco poemarios: Una tempestad como de mar, El canto del bisabuelo, Los nuevos cantos, Las manos crispadas e Indescifrables círculos.
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