sábado, 6 de junio de 2020

LA FLOR DE LOS PUPITRES, Wilson Burbano (1929 - 2016)



Fotografía de la Biblioteca Municipal de Tulcán. Archivo familiar.

De lejana sombra vengo, de la profunda tierra,
del hueso que cae sobre otro hueso en la calle triste,
de la boca del aire negro, del amargo trigo vengo,
de más allá del libro abandonado, de su confundido título,
a sumergirme en este inmenso océano de pañuelos
que, con temblor de pluma enamorada, saludan
a la Flor de los Pupitres,
para adherir la atormentada entraña de mi silueta bronca
en estas redondas catedrales de alegría.

Ella, envidiada Flor de pupitre, sustancia de ángel,
Reina del capitel inderrotable, del cuaderno que abre sus letras en extenso abrazo.

Reina de la retorta y la tribuna,
del joven corazón que revienta en yemas de primavera.

Ella, condensación de aroma, alma de orquídea,
sonríe una mañana de azules golondrinas.

Mis manos amanecieron este día destilando rosas por los dedos, cantando
cada inexplicable poro, soñando cada metálico vello;
su sangre general presentía el desbordado goce de esta noche
que llueve, interminablemente, racimos de uva,
en la seca estación del rostro, en su caída.
Mis manos se centuplican, nacen
manos en el hombro, de mi costado hundido,
en el origen de la lágrima, sobre el calcio perseguido.
Me nacen manos, digo, para aplaudirte amor y vasallaje,
Reina del aula combatida, vertical en la tormenta.

Cómo aplaudimos ahora
mis compañeros y yo, ahora
que largo traje llevas, de la sastrería del cielo.
Suenan las uñas como violines.

Mi examen de mañana te rinde reverencia.
Mi ojo navega en la corteza marina de tu cabellera
que es una luna florecida o alargada Biblia.
Me acerco a la delgada vena de estrofa que titila en tus axilas, mi palabra
se detiene en la magnolia que indecisa se abre
en tus zapatitos de taco alto.

Esta mañana los pupitres dijeron un arco iris de alegría.
(Yo andaba escondido en las paredes
para que nadie vea mi terno nuevo de alegría).
Javierito, el portero, repasaba
la amable lección de tu retrato.
En mi Código encontré una afelpada hoja de ternura.

¿Qué se hizo la flor de melancolía?
¿Qué llevas en tu solapa, compañero?
Todos estaban contentos con su Reina.
No hay más reina, lo sabemos, que la Reina de esta Casona,
flor de libro, luz de la tribuna.
Es más fina que el fino olor de cedro.

Que nadie combata esta fronda de alegría.
Vida: quédate a vivir para siempre en esta noche.
Noche: no te acabes como cirio.
No mandéis pistolas esta noche.
No exijáis que muestre el puño y su rayo,
que oficiando estoy mi ancho tributo a la Flor de los pupitres,
resumen de agua azul y de agua clara,
de anhelo y estalactita, de vegetal y piano.

Cuando supe tu triunfo, Reina, emergí de profunda espina.
La tristeza emigró del pecho
y, en vez de estruendosa pena, la alegría
resucitó enterrado eucalipto en mi cabeza.
La fiebre cuarteó los monumentales sarcófagos de mis sienes.
Mi lengua se movió como alga cósmica.
Abracé mi lápíz
(estaba solo).
Loca, locamente abracé mis piernas.
Corrí a la calle cantando y extendí los brazos al invierno que llovía.

Quise incendiar la calle.
Se apagó mi cana prematura.
Cuando supe tu triunfo, Reina, un poste y yo lloramos de alegría.

Ahora naufrago en la música inasible
que en el teatro pronuncia tu nombre límpido
como palabra dicha en claro huerto de manzanas.
No sé si morirme
ahora que contemplo tu ojo de minerales puros,
de mineral de intocada y lejana estrella,
tus ojos, violeta de un jardín subterráneo de Babilonia,
en tanto espero que decretes la nueva Constitución de cristal y piano.


Tú dirás, Reina, la de seno
con sabor de lechuga, la de inevitables redes
que pescan el corazón,
lo que hemos de hacer en los amargos días de 1953
Tú, de la familia del canelo, guante
de virgen, de la suave estirpe de la azucena,
tú dirás, digo, lo que hacemos después de esta alegría.

Estarás con nosotros, perfume y hoja de afecto,
propietaria del escritorio de la Rectoría,
de la imprenta en que nacen las temibles alas de “Surcos”,
propietaria de nuestra sangre ilímite.
Estarás con nosotros, lo sabemos, en el pétalo y en el naufragio.
Tus leyes harán que mi amor dé nuevos frutos.
Me darás buena suerte en los exámenes, evitarás la muerte del lápiz, la muerte
de nuestra bandera, de nuestros cuadernos;
la muerte.

Poema ganador del Primer Premio en el Concurso de Poesía convocado por la Universidad Central del Ecuador, Quito – 1953

Wilson Burbano fue poeta, jurista, político, periodista. Fundador y primer presidente del grupo literario “Caminos”, anterior a los “Tzántzicos”. Columnista del desaparecido diario “El Sol” junto a Benjamín Carrión y Alfredo Pareja Diezcanseco. Como abogado, en sus inicios, fue asesor jurídico del movimiento indígena ecuatoriano, ideólogo del poderoso movimiento obrero y campesino en Esmeraldas a partir de los años 60, siendo sus aportes jurídicos tema de estudio en universidades nacionales y extranjeras.

El presente poema forma parte del libro ANTOLOGÍA POÉTICA de Wilson Burbano, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” en el 2020 y compuesto por cinco poemarios: Una tempestad como de mar, El canto del bisabuelo, Los nuevos cantos, Las manos crispadas e Indescifrables círculos.

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