sábado, 3 de noviembre de 2018

La llave de oro o Las aventuras de Burattino por Alexéi Tolstoi. Ilustraciones de Alexander Koshkin.




                                                                 
Prólogo
Cuando yo era pequeño hace muchos, muchos años  leí un libro que se titulaba PINOCHO o AVENTURAS DE UN MUÑECO DE MADERA. En italiano, "muñeco de madera" es burattino.
Muchas veces relaté a mis amiguitos, niños y niñas, las apasionantes aventuras de Burattino. Pero como desde entonces había pasado mucho tiempo y el libro se había perdido, las relataba a mi manera, cada vez de un modo diferente, e inventaba aventuras que no formaban parte del libro.
Ahora, cuando ya han pasado muchos años, he recordado a mi viejo amigo Burattino, y se me ocurrió relatarles a ustedes, niños y niñas,  una extraordinaria historia de la vida de este muñeco de madera.
Alexéi Tolstói


He aquí un capítulo:
La niña de los cabellos azules resucita a Burattino



    La aurora tiñó de rosado el cielo tras el roble donde estaba colgado Burattino. 
    La hierba en la praderita tomó un color grisáceo, las flores azules se cubrieron de rocío.
    La niña de cabellos rizados se volvió a asomar por la ventana, se frotó los ojos hinchados por el sueño y los abrió.
   Los rizados cabellos de la niña eran azules. Era la muñeca más linda del teatro de títeres del señor Carabás Barabás.
    Sin poder seguir aguantando las groserías del amo, se fugó del teatro y se instaló en esta solitaria casita en la pradera gris.
    Los animales, los pájaros y algunos de los insectos le cogieron gran cariño, seguramente porque era una niña muy bien educada y bondadosa.
    Los animales la abastecían de todo lo que necesitaba para vivir.
    El topo le traía raíces comestibles.
    Los ratones le traían azúcar, queso y pedacitos de salchichón.
    Un perro de lanas, muy noble, llamado Artemón, le traía pan.
    La urraca traía para ella del mercado bombones envueltos en papelitos plateados.
    Las ranas, limonada en cáscaras de nueces.
    El halcón, carne asada.
    Los escarabajos, toda clase de bayas.
    Las mariposas le regalaban polen para que la niña se empolvara la nariz.
   Los gusanos se exprimían pasta dentífrica; esta misma pasta se utilizaba también para engrasar las bisagras de las puertas.
   Las golondrinas ahuyentaban a todos los mosquitos y a todas las avispas de los alrededores de la casita.
    Así pues, la niña de los cabellos azules abrió los ojos y lo primero que vio fue a Burattino, colgado cabeza abajo.



    La niña se apretó las mejillas con ambas manos y exclamó:
 ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
    El noble perro de lanas Artemón, agitando las orejas, apareció al instante junto a su ventana. Acababa de afeitarse la parte posterior del cuerpo, esto no lo dejaba de hacer ni un solo día. La rizada lana que cubría su pecho y las patas delanteras estaba esmeradamente cepillada, y la borla que tenía en la punta del rabo estaba adornada con un lazo negro. En una pata delantera el perro llevaba un reloj de plata.
     ¡Aquí estoy!
    Artemón torció la punta del hocico y levantó el labio superior como si sonriera, de modo que se pudieron apreciar sus blanquísimos dientes.
    ¡Llama a alguien, Artemón!  dijo la niña  Hay que descolgar a Burattino, traerlo a casa y llamar a un médico.
     ¡Estoy dispuesto!
    Artemón tenía tanta disposición que se puso a dar vueltas en el mismo lugar como un trompo; la arena húmeda salía disparada de sus patas traseras... Se lanzó hacia un hormiguero, despertó con sus ladridos a toda la población y envió a cuatrocientas hormigas a cortar la soga de la que estaba suspendido Burattino.
    Cuatrocientas hormigas, muy serias, avanzaron en fila por el angosto sendero, se subieron al roble y cortaron la soga.
    Artemón agarró con las patas a Burattino para que no cayera al suelo y lo llevó a casa... Lo depositó en una cama y galopó hacia el bosque. Poco tiempo después volvió acompañado por el famoso doctor Búho, por el enfermero Sapo y por la curandera Mantis, parecida a una ramita seca.



    El Búho aplicó su oído al pecho de Burattino.
    El paciente está más muerto que vivo —sentenció y volvió la cabeza hacia atrás.
    El Sapo estuvo durante mucho tiempo palpando a Burattino con sus húmedas patas. Mientras meditaba, sus ojos saltones miraban hacia todos lados. Por último abrió su enorme bocaza y dijo:
    — El paciente está más vivo que muerto...
    La curandera Mantis rozó a Burattino con su paticas finas y secas como pajitas.
    — Una de dos susurró— : el paciente está vivo o está muerto. Si el paciente está muerto, tal vez se le pueda resucitar, o tal vez no se le pueda resucitar...
     — Charlatanerías —dijo el Búho, agitó sus suaves alas y desapareció en el oscuro desván.
    El Sapo se enfadó tanto que se le hincharon todas las verrugas.
      ¡Qué ignorancia tan abominable! comentó y, arrastrando la barriga, fue a ocultarse en el húmedo sótano.
    La curandera Mantis, por si acaso, fingió ser una ramita seca y se tiró por la ventana.
    La niña agitó sus lindas manos:
     — Pero díganme, ¿cómo debo curarlo? 
     — Con purgante  —respondió el Sapo desde el sótano.
     — Con purgante  —se rió despectivamente el Búho en el desván.
     — Con purgante o con algo que no sea un purgante  —susurró la curandera Mantis, tras la ventana.
     Entonces el infeliz Burattino, todo arañado y lleno de moretones, gimió:
    — ¡No quiero, no quiero, no quiero!
    — Te daré después un caramelo...
    Con rapidez, un ratoncito blanco se subió sobre la cama. En las paticas delanteras sostenía un caramelito.
    — Te lo daré si me obedeces —dijo la niña.
    — Solo quiero el caramelo...
    — Pero entiéndeme, si no te tomas la medicina, puedes morirte...
   — Prefiero morir antes de tomar aceite de ricino...
Entonces la niña habló con severidad, como si fuera una persona mayor:
    — Apriétate la nariz y mira al techo... Uno, dos, tres...
    Echó el aceite de ricino en la boca abierta de Burattino, le dio enseguida el caramelo y, además, lo besó.
    — Ya ves, te lo has tomado...
    El noble Artemón, a quien le gustaba todo lo que terminaba bien, agarró con los dientes su propio rabo y se puso a dar vueltas, junto a la ventana, como un torbellino de mil patas, mil orejas y mil resplandecientes ojos.



Editorial Ráduga, Moscú 1990
Traducción: Gente Nueva, Ciudad de La Habana, 1990 
Biblioteca La Casa de los Sueños.

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